Bien se sabe que Estados Unidos perdió la hegemonía mundial a finales del 2010. Aquello significó la aída de un inmenso poder. Una cuestión tectónica.
Luego su burguesía quiso recuperar aquel status perdido quintuplicando su carácter guerrerista y a la sombra de la enorme armamentística convencional del ejército estadounidense. Sus derrotas fueron contundentes. Bastaron mínimas muestras de firmeza y mínimos movimientos de la armamentística estratégica (3 de septiembre de 2013 y 5 de marzo de 2014).
Pero la burguesía financiera estadounidense es incansable. Tras su derrota militar en la península coreana (septiembre de 2017) cuando la gran RPDC le dijo que el ataque nuclear preventivo ya no era su monopolio, ahora pretende imponer a Rusia y China lo que no pudo contra la RPDC. Esto es lo que sale a relucir tras su última artera ofensiva militar desde la segunda quincena de enero de 2018 en varios frentes tratando de expandir sus provocaciones a las principales regiones estratégicas del planeta.
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